MEDITACIONES DE UN "CONFINADO" (2020/2025)

 

1.    COLOMBO Y LA LUCHA DE CLASES

 

“Justicia es decir la verdad y pagar las deudas” (Platón)

“Pobres tendréis siempre que no sean los mismos” (Eugenio d´Ors)

 

 

Empezamos estas narraciones intempestivas sobre unos “años decisivos” que, a nuestro modesto entender, merecen un análisis “sui generis” que aun siendo básicamente personal tiene vocación de ir más allá de lo subjetivo, que se consiga o no es harina de otro costal


 


 

“ESTRENOS TV”

 


Una de las escasas alegrías que nos proporcionó la raquítica programación televisiva durante el Gran Confinamiento de Masas de 2020 fue la reposición de la mítica teleserie “Colombo”.

Se daba además la circunstancia de ser emitida por una Cadena privada que se distinguía por bombardearnos a todas horas con una sarta de escenas estúpidas grabadas y remitidas por una legión de “almas de cántaro” -dicho sea con todos (o casi) los respetos, que a falta de vergüenza propia a nosotros nos sobraba y nos sobra la ajena.

Balconing” se llamaba ese espacio pornovisivo: un ejemplo más del masoquismo resiliente propio de acreditados súbditos de un Estado Servil: el “estado” prototípico del neocapitalismo gnóstico, circular y sostenible donde lo único libre es el miedo.

Volviendo a nuestra teleserie hay que resaltar que no se trataba de una reposición cualquiera. No:  era la versión original a todo color; no ya en el blanco y negro setentero de aquellos nuestros aparatos domésticos con sus antenas asimétricas y la pertinente toquilla con sus muñequitas flamencas y vírgenes de latón en la parte superior.

Nostalgia de aquellos domingos sentados en el suelo ante ese altar cuadrangular esperando la presencia de los MCloud, los Kojak, los Banachek, los Mac Millan&Esposa y hasta de Baretta y su puta Cacatúa.

Pero sobre todo aguardábamos la aparición del simpar teniente Colombo. El Manolo Escobar de los detectives; el policía del pueblo trabajador; el teniente ítalo americano del proletariado posindustrial: el Sócrates con placa y sin cicuta.

En efecto. La longeva serie, aparentemente inocua, mostraba a un oficial de homicidios de la policía de Los Ángeles. Un tipo absolutamente peculiar que nunca encontraba el lápiz (atentos: he dicho lápiz -casi sin punta; de esos de mojarla en lengua o metérselo en el oído- y no pluma estilográfica o bolígrafo bic) y apenas hallaba la manoseada libreta donde apuntar los primeros datos del suceso criminal que le tocaba en suerte.

El protagonista era más que un antihéroe. Su indescriptible figura ocultaba un mensaje revolucionario que solo durante la colorida emisión de hace un lustro   he llegado a comprender tras tantos años de gabardina arrugada, zapatos gastados y su sempiterno puro en boca: ¡Ignaro de mí! (Digamos en nuestro descargo que entonces no éramos más que atónitos zagales sin “conciencia de clase” o más bien sin ninguna “clase de conciencia” …).

Nos ayudó en esta tarea -obligado es confesarlo- la lectura compulsiva que realizamos durante los primeros decenios del corriente siglo acerca de los orígenes -entre otras cuestiones de interés- del capitalismo y de la modernidad tardía, y sus transformaciones sucesivas que desembocaron en lo que se  dio en llamar “neoliberalismo” -termino que no nos place en exceso pero… Especialmente las cambios acaecidos durante  la segunda mitad de siglo XX y  los nuevos paradigmas sociales que persisten todavía hoy en día.

 

RICOS Y RUINES. MEZQUINOS Y ASESINOS



 

Hete aquí que descubrimos - casi como una revelación vía TDT- que las diferencias de clase y estatus social; el carácter de las luchas intestinas entre oligarquías generacionales y degenerativas; entre dinero viejo y nuevo; entre hegemonistas culturales y explotadores planetarios, etc. La nueva correlación de fuerzas históricas y económicas estaban presentes in nuce en la trama policial de cada uno de los episodios de “Colombo”.

Por un lado: los ricos (o no tanto) herederos, los futuros triunfadores sociales, los parásitos ociosos - amen de soberbios y arrogantes de todo género, edad y condición. Junto a ellos: pero todavía sobre ellos, sus avariciosos ascendentes, los poseedores absolutos del capital patrimonial; ufanos defensores de “trabajo duro (¿será que existe un “trabajo blando”?) los senectos self-made man que no parecían tener prisa en morirse: habría que darles pues un pequeño empujón. Conformaban todos ellos pues el conjunto de la abigarrada elite de la “Sociedad Opulenta” (Del Noce) de los años 60 y 70 del pasado siglo.

Entremedias pululaban los parvenus de la pequeña burguesía: rencorosa, perezosa e inepta; y otros desclasados que apenas podían acceder al nivel del Lujoso Establishment Endogámico fuera del braguetazo o del homicidio, que como se comprobaba en no pocos episodios iban juntitos de la misma mano criminal.

Abajo, solo vemos -aparte de Colombo y su amigo, el dueño del bar donde desayuna Tacos picantes y Cafés repugnantes- mayordomos, criadas, choferes, empleados, secretarias, jardineros (emigrantes hispanos casi siempre) etc. y demás personal subalterno que trabaja (los únicos que lo hacen realmente) en las mansiones y despachos de sus arrogantes amos.  

No hace falta más para intuir que ahí está ya constituido el antagonismo de clase al que nos venimos refiriendo. Y ahí estaba también el teniente Colombo, of course.

Ya sea Beverly Hills o Santa Mónica con sus descomunales casopiones, su ejército de lacayos y sus flotas de lujosos vehículos de alta gama, etc. ya sea cualquier parte del mundo de los privilegiados, era y es la imagen de la Nueva Realidad Sociológica del Liberalismo a braga quitada que decía Paco Umbral.

Un Capitalismo Libertino que groso modo estaba sucediendo a otro Capitalismo, el de la ética puritana, roñosa, misántropa; los cuales, sin embargo, siguen hoy cohabitando, aunque intercambiando sus papeles en la “nueva sociedad diversitaria”. Cosas de la Contrarevolucion Sexual y de la Segunda Ilustración….

Ya Werner Sombart advirtió de la Cultura del Lujo renacentista como factor remoto en la Génesis del capitalismo. Y quien dice lujo dice lujuria.

Ya nuestro Velarde Fuentes señaló también la importancia del Libertino en la gestación del capitalismo durante el siglo XVIII entre oscuras y promiscuas logias masónicas.

Porque los poderosos son a lo largo de la historia, especialmente de la historia del sistema liberalcapitalista los que más atrocidades, crímenes y matanzas cometen y han cometido.

Ni ellos mismos están exentos de realizarlas contra su propia clase y hasta contra sus propios intereses con la frialdad del ejecutor experto y siguiendo las reglas del Marqués de Sade: el principal teórico de la burguesía sanguinaria.

En efecto; Se mata por dinero. Se mata por envidia. Se mata por miedo. Se mata por sexo. Se mata por matar.

Se mata esencialmente por codicia: “Cupiditas radix malorum” afirmaba ya San Pablo ¿Y qué clase hay más codiciosa que la clase burguesa?

Ahora bien: ¿Qué es lo que codiciamos? “Codiciamos lo que vemos todos los días”, según explicaba el Doctor Aníbal Lechter perito en canibalismo demoliberal y lobotomía alimentaria.

 

“TENIENTE COLOMBO, HOMICIDIOS “







 

Pero volvamos a nuestro protagonista que es más que un personaje: es un Arquetipo de la Resistencia No Violenta pero Implacable. no solo contra el delito sino contra lo Inicuo: y recordemos que lo inicuo es etimológicamente lo Injusto.

Y a ello se entrega con una inusual metodología. Es su trabajo y lo cumple porque resolver un homicidio y detener al homicida es la profesión de nuestro detective gualtrapas.

Ya sabemos que las apariencias engañan. No es culpa de nuestro detective que la gente, especialmente los ricos y los famosos y demás haraganes de la “beatiful people” hagan juicios de valor por su aspecto físico y por cierta carencia de higiene personal. Peor para ellos.

Ecce homo:

Estrábica mirada, rostro cetrino, andar encorvado, a veces medio dormido, cabizbajo, pidiendo café o sonándose las narices sin recato que es de resfriado fácil: un poco-mucho desaseado a fuer de sinceros; tanto que en algún jocoso episodio se le confunde con un indigente más de los muchos que sobreviven entonces y ahora en las periferias urbanas.

Si el estilo es el hombre -como se suele decir - el “torpe año aliño indumentario” machadiano hace a Colombo hombre “estiloso” …a su manera claro.

A Colombo, por cierto, no se le conoce nombre propio. Ni él lo dice, ni se lo pregunta nadie. Cabal.

Durante las obligadas visitas a la morgue suele marearse y prefiere mirar a otro lado. Pistola no lleva nunca, y para más inri tampoco suele practicar en la galería de tiro. Se le olvida. Frágil de memoria.

Llega a la escena del Crimen en un desvencijado coche del mismo color que su gabardina y de insoportable petardeo y marca ignota. Eso sí, con más mierda que el palo de un gallinero.

A veces lo acompaña un perro que se llama Perro y cuya única “virtud” consiste en no hacer maldito caso a su dueño. Aun así, su atento amo lo lleva diligentemente al veterinario.

Claro que hay un detalle de los guiones que llama poderosamente la atención, y más en estos tiempos de visibilidad absoluta y corrección política.

Colombo está casado. No hay duda porque en todos los capítulos la menciona a su señora sin parar con cariño y respeto y hasta la admiración, pero no aparece absolutamente en ninguno, lo cual puede parecer extraño y hasta escandaloso hoy en día, pero constituye en nuestra opinión uno de los aspectos más originales y mejor logrados de la serie. Pura genialidad.

No tiene hijos, pero sí algún sobrino (don del diablo según se dice) que es el típico manitas sabelotodo: pero aun así presume de él.

Fuera de esto: ¿Qué método de Investigación aplica nuestro inefable teniente? En primer lugar, interroga poco y de forma caprichosa sin prestar apenas atención. O eso parece.

A veces sus preguntas son tan capciosas que provocan en los testigos una mezcla de extrañeza, desprecio e incredulidad.

De pronto se agacha y recoge algo sin importancia aparente nada parecido a una prueba. Pero lo terminara siendo en el decurso de la investigación.

Murmura y farfolla hasta casi sacar de quicio a casi todos los presentes. Insiste en banalidades. Pura táctica. Hay que seguir pensando y dejar a los otros que piensen.

¿Y qué piensan? El juicio es unánime: “Este tío es un idiota”. Objetivo cumplido

Porque ahí está el primer error: infravalorar al enemigo; especialmente al enemigo de clase, ese que no tiene más armas que una estupidez fingida, un oculto instinto policial, una paciente tenacidad y, ante todo, una innata capacidad de deducción.

Empieza entonces metódicamente a aplicar su particular   Fenomenología de la Praxis (sea lo que sea eso)

Colombo es sistemáticamente pesado cuando reconoce intuitivamente al presunto culpable. Empieza entonces su segundo movimiento técnicamente denominado: “Marear la perdiz”.  Pura ciencia criminalística. Nada al azar.

Empieza poco a poco a tensar la cuerda. De repente, tras la enésima visita al sospechoso, gira su cabeza de indócil pelambrera y con su voz ronca ataca: “Ahhh se me olvidaba…”: es el inicio de la “Lucha Final”

Ya no hay sonrisas forzadas. ni chulerías. Ni amenazas Una mueca de sorpresa de incredulidad y un rictus de incredulidad.

 

“ODIA AL DELITO Y COMPADECE AL DELINCUENTE”

 

Las piezas encajan. El círculo se amenazas Una va cerrando. Un mínimo indicio, un cabo suelto, un error de una mente prepotente y criminal lo delata. La arrogancia clasista del “perfecto” criminal atrapado en sus insuperables contradicciones   se desmorona.

Ha sido vencido por un ridículo policía, un plebeyo con placa, un perdedor y en apariencia un tonto de capirote. This the End

Colombo no práctica detenciones directas. En alguna ocasión quizás coloca las esposas al homicida cuando su paciencia ante el cinismo del criminal llega a cierto limite.

Sin embargo…

Sin embargo, Colombo conoce el alma humana. A veces los crímenes no han sido intencionados, culposos mas bien. Llega, en el hondon de su alma, a reconocer la dignidad de algunos de sus detenidos -sobre todo detenidas-  y comprender el drama interno que ha llevado al culpable a cometer el mas grave delito posible: matar a un ser humano e intentar escapar de su responsalidad.

Hay que decir la verdad y pagar la deuda. Es lo justo.

En esta cuestión, nuestro desastrado Oficial de la Policía Angevina no admite de ninguna que el delito quede impune por muy importante que sea el delincuente, incluso cuando a veces se hace acreedor de cierta simpatía o piedad. Pero él no es juez de los demás sino un Trabajador de la Ley y la Justicia. Otros son los que condenan o absuelven, Otro es  el único que puede perdonar hasta lo imperdonable según nuestros humanos criterios .

 

Cumplido su deber el hijo o nieto de pobres emigrantes italianos, aquellos que entraban a millares en Nueva York previo paso humillante por la Isla de Ellis, volverá a su casa pasando tal vez antes por el bar de su barrio a comerse un burrito o sorber el ultimo café.

Ya en su modesto apartamento y con su invisible mujer al lado oirá todas las anécdotas del día y los cotilleos vecinales.

Intentará finalmente hacerse un hueco en el sofá con permiso de Perro; y tal vez se quede sopa con la gabardina puesta.

Es difícil imaginar que nuestro Colombo hubiera leído en su momento las palabras con las que en 1968 Pier Paolo Passolini retratara a los “Contestarios” que pocos meses antes del Mayo Francés ocuparon la Universidad de Roma desencadenando una batalla campal en “Valle Giulia”.

Nosotros las reproducimos aquí como postumo homenaje  .El quiera entender que entienda:

Ahora los periodistas de todo el mundo (incluidos

los de las televisiones)

os lamen (como aún se dice en lenguaje goliárdico) el culo. Yo no, queridos.

Tenéis cara de niños de papá.

Os odio como odio a vuestros papás.

Buena raza no miente.

Tenéis la misma mirada hostil.

Sois asustadizos, inseguros, desesperados

(¡estupendo!) pero también sabéis ser

prepotentes, chantajistas, seguros y descarados:

prerrogativas pequeñoburguesas, queridos.

Cuando ayer en Valle Giulia os liasteis a golpes

con los policías,

yo simpatizaba con los policías.

Porque los policías son hijos de los pobres.

Vienen de periferias, ya sean campesinas o urbanas.

[…]

En Valle Giulia, ayer, se produjo un episodio

de lucha de clases: y vosotros, queridos (si bien estabais de la parte

de la razón) erais los ricos.” ( El fascismo de los antifascistas”)

 

¡COLOMBO VIVE , CARAJO!



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